Gélida
noche, silencio absoluto, estrellas y luna llena, bajo el cielo negro yace una
ciudad iluminada por brillantes farolas, todo tranquilo. Las personas están
sumidas en un profundo sueño excepto las que tienen un trabajo nocturno, las
calles están tranquilas, sin una sola alma divulgando por ahí. Sopla una ligera
brisa que mece suavemente las hojas de los arboles, con un ritmo tan pausado,
que el paisaje parece sacado de una canción de cuna.
Pero no todo
es tanta tranquilidad, a las afueras de la ciudad, en una casa que
aparentemente está abandonada, yace una mujer con su marido, su hijo pequeño de
tres años, ella acaba de dar a luz una hermosa niña.
-Es
preciosa, como tú- le susurra el hombre a la recién madre abrazándola con
delicadeza
-Solo deseo
que tenga una buena vida-contesta la mujer con voz afligida
-¿Por qué no
la va a tener?
-Lo sabes de
sobra cariño, tenemos que proteger a nuestra familia, sobre todo ahora que
tenemos hijos
-Lo sé
cariño, ahora no es momento de pensar eso
-Claro que es
momento- le replica un poco enfadada- en los últimos seis meses ya nos ha
atacado más de diez veces, y los dos sabemos su objetivo
-Por eso no
quiero pensar en ello, ¿tanto es pedir una vida normal con nuestros hijos?
-Imposible,
sabes lo que dice la leyenda
-La segunda
de las segundas está destinada a cambiar el mundo, y a acabar de una vez por
todas con él- recita de memoria
-Exacto, y
por eso mismo nos ha atacado, para evitarlo, hemos conseguido que nuestro hijo
sobreviviese al último ataque, pero por poco
-¿Y qué
propones entonces? No nos podemos volver a mudar, ya se está haciendo mayor y
no creo que sea tonto como para no darse cuenta de las cosas que ocurren a su
alrededor
-No lo sé,
ahora lo principal será cuidar de nuestra hija
-Es verdad-
cede él- ¿ya sabes como la vamos a llamar?
-Sí-
contesta la mujer- Me gustaría que su nombre fuese Samara
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